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Universidad y vida: un académico de prestigio

Columnista externo invitado

Por: Luis Guillermo Jaramillo

Doctor en Ciencias Humanas y Sociales-Educación. Ejerció recientemente como vicerrector de la Universidad del Cauca. Su trabajo ha alcanzado reconocimiento mundial por sus aportes metodológicos al mundo de la investigación social. Entre sus contribuciones destacadas se encuentra la creación del enfoque de la complementariedad etnográfica.

Rondan las cinco de la mañana; poco ha dormido. Saber que tiene la lectura de su comunicación, por primera vez en un país diferente al suyo, le pone nervioso y con ansiedad. Su exposición no hace parte de la mesa principal; es decir, su nombre no está entre los ponentes principales, pero, aun así, quiere dejar la mejor impresión en la mesa temática donde fue aceptado.

El Congreso es… no recuerdo qué versión y bueno, qué importa, al final es un número más entre los tantos eventos que se hacen en el año. El tema: “Pobreza y migraciones: retos para el siglo XXI”. Nuestro expositor se preparó mucho antes de que le aprobaran la ponencia. El evento es el preciso para obtener un certificado que dé cuenta de su participación en circuitos de divulgación académica internacional; un requisito más entre la lista por cumplir para obtener méritos y ser reconocido como un académico de prestigio.

Sin pensarlo más se levanta de la cama; son las seis. Esta última hora simplemente se deslizó entre imágenes difusas, retazos de tiempo transcurrido, la preparación y la expectativa de presentar su ponencia. Sin embargo, no se afana; todo lo dejó organizado desde el día anterior: el traje impecable, los zapatos lustrados, la última versión de la presentación y el señalador con baterías de carga completa.

Vuelve a revisar las baterías, solo por si acaso. Ha decidido no desayunar esa mañana, mejor después de la ponencia. El frío creciente del otoño no es impedimento para sentirse con energía. Finalmente, toma la escarapela del evento y, frente al espejo, se la cuelga como si fuera una condecoración por haber llegado hasta allí.

No son más de las siete y treinta y nuestro expositor ya está en el lugar para presentar su ponencia; llega media hora antes. Sabe en qué sala está su nombre, la había buscado antes en el boletín de la programación: salón 109, mesa: “Interculturalidad y desplazamiento forzado”. El evento tiene tantas mesas académicas que le tomó tiempo dar con la suya. La ubicación: edificio de “Ingeniería de Datos y Estadística”, primer piso, junto al sector conocido como la “avenida de los inmigrantes”. Nombre peculiar, dada la temática de la mesa.

Ingresa a la sala y se encuentra con la estudiante encargada de recibir los ponentes, además de ofrecer los equipos para la exposición. Tras darle la bienvenida y verificar que está en la lista de ponentes, le pregunta si necesita algo más. Está apurada, debe entregar otras salas a la misma hora. Tal vez por eso le pasa el certificado de expositor a pesar de que él no ha hecho su presentación. Bueno… lo importante es que ya había pagado la inscripción como ponente del evento.

Todo perfecto. Hay café caliente a la entrada de la sala para quien desee: su olor se instala entre las sillas, pasillos y tarima, como si fuera un participante más. Son las ocho en punto y nadie llega a la sala, ni siquiera el coordinador de la misma. El nerviosismo se apodera de él: – ¿Cómo es posible haber cruzado el océano para que nadie llegue? – piensa para sí mismo; -incluso traje souvenirs y dulces de mi ciudad para compartir con los asistentes-. Estos pensamientos de preocupación desplazan los que cuidadosamente había organizado para su presentación.

Ya había cumplido estando allí. El certificado con su nombre está en la mesa junto a las diapositivas impresas, lo cual acredita su participación; sin embargo, no está a gusto con lo sucedido. Ocho y veinte y todavía nadie ingresa por la puerta que cada vez se ve más ancha. Mira la salida de emergencia y piensa en lo innecesaria que se ve allí. Si nadie entra, nadie sale, pero bueno… le puede servir, al fin y al cabo, aunque sea el único en la sala, está en situación de emergencia.

Se acerca a la puerta de entrada y abre. El frío le golpea por un instante, retrocede, no sin antes ver un grupo de personas inmigrantes que se abrigan al lado del edificio. Avanza hacia ellos, les invita a entrar. Adentro se soporta mejor el clima y, de paso, puede presentarles la comunicación que ha preparado. Les ofrece café caliente, de su maletín saca galletas y dulces que trajo de su región.

La sala empieza a llenarse; los recién invitados le escuchan, nuestro expositor se mueve con soltura, hace cambios de voz, a veces ríe de sus mismos chistes; los otros también lo hacen sin saber a ciencia cierta el por qué. Se ve realmente emocionado. Termina la exposición, son las nueve; la audiencia aplaude con alborozo. Él toma algunas fotos, incluso se toma una selfie con los participantes.

El ambiente le hace pensar que quizá esta fue la sala más concurrida de las mesas temáticas. Poco a poco van saliendo los asistentes-inmigrantes, unos contentos por la calefacción que ofrecía el lugar -afuera el frío se intensifica aún más-, otros se llevan un vaso extra de café. Antes de dar por terminada la sesión, y disculpándose por la omisión, pregunta si alguien tiene una inquietud. Las últimas personas van saliendo. Solo queda un hombre alto, delgado por el hambre, sonriente, con una cobija en los hombros. Levanta la mano, se aclara la garganta y pregunta: -Señor expositor, ¿cuándo nos vuelve a invitar a desayunar? –

La presentación fue todo un “éxito”. Al menos un grupo de personas inmigrantes comieron y, por treinta minutos, sintieron el calor inerte de una fría sala de exposición académica.

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